El diálogo transpersonal o la verdadera compasión

Capítulo I: El diálogo interpersonal vs. el diálogo transpersonal

Capítulo II: El diálogo transpersonal vs. el diálogo interpersonal

 

Capítulo II: El diálogo transpersonal vs. el diálogo interpersonal

Benjamín Pérez Franco 18-10-2021

 

El monólogo transpersonal

Si observamos el conjunto de sensaciones, emociones, pensamientos y recuerdos como algo no tan íntimo a nosotros como la misma conciencia en sí, podríamos, más bien, calificar al carácter personal y su historia, como una careta ante los demás y ante nosotros mismos.

No vemos otra cosa que los contenidos de consciencia con los que nos identificamos, porque la propia consciencia, que es lo que ve, no puede ser vista como un objeto de conciencia, como pueda ser un pinchazo en el dedo o una emoción de tristeza. Sería algo parecido a decir que un delfín no puede darse cuenta de que está mojado porque ese es su ámbito vital continuado. La única manera de saber que somos conscientes es concienciando, es decir siendo la propia consciencia. Ahora mismo, con solo mirar-atender hacia dentro, puedes comprobar directamente que eres consciente de estar leyendo.

Como la consciencia no puede ser observada, intentamos que la retirada de la atención de los contenidos de la consciencia, la vaya desempolvando, por decirlo de algún modo y vaya quedando más desnuda, más evidente. Es lo que las tradiciones basadas en la meditación, con frecuencia, pretenden conseguir, a veces, centrándose en una sola cosa -mantra, luz de vela, mándala, etc.-, a veces, intentando retirar la atención de los contenidos específicos de conciencia en forma activa, luchando por apartarlos. Pero, luchar contra algo requiere ser conscientes de ese algo y de ahí las frecuentes decepciones que los meditadores suelen referir con la frase no consigo dejar mi mente en blanco u otras similares. Por eso hay otras tradiciones que proponen una vía pasiva, no retirando expresamente la atención de los contenidos de la consciencia, sino simplemente dejar aparecer la desconfianza en su credibilidad (frecuentemente motivada por fracasos previos o por el sufrimiento y las decepciones previas), o, sea, mirarlos sin interés de un modo natural, sin lucha, pasivamente; por ejemplo, las vías de la atención plena y la autoindagación. También, hay otras formas de ver desinteresadamente -a nivel emocional- y desprejuiciadamente – a nivel cognitivo- los contenidos de la conciencia sin practicar ninguna técnica, simplemente tomando toda la vida como viene, no solamente en los momentos de meditación, apreciando que la vida se mueve por si misma como la tierra gira alrededor del sol sin que tengamos que hacer nada para “ayudarla”; por ejemplo la visión llamada, peyorativamente por los tradicionalistas, neoadvaita, más apropiadamente denominable como hacen en nodualidad.info No-dualismo Moderno .

Si consideramos que el pensamiento tiene vida por sí mismo, como radicado en el carácter o en la historia personal, y que existe independientemente de ser concienciado, viviremos ciegos a la realidad. Pero si este monólogo o sucesión continua de percepciones es observado, durante la meditación formal o durante las actividades de la vida cotidiana, se va evidenciando, cada vez más, su carácter de objeto observable, y, por tanto, inestable y limitado, no confiable. A este estado de observación, que ve el pensamiento, pero sin identificarse con él, podríamos llamarlo el monólogo transpersonal porque trasciende el carácter, la persona, manifiesta al personaje. Estos pensamientos, que son observados desde la fuente misma de la consciencia, pasan a ser considerados, más que independientes, como el agua que mana de ella, como la misma conciencia madre de donde nacen.

La desidentificación con el pensamiento es lo que podríamos llamar la intuición, que es el espacio de libertad que queda detrás de él y que permite la afluencia de nuevos pensamientos y sentimientos, de una recreación, dinámica, fluida, continua, del carácter y la personalidad. Dejamos de estar así rigidificados, atascados, por esa continua ilusión de que el pensamiento se origina en “la persona” y de creer firmemente en lo que pensamos. El monologo transcendente, pues, no consiste en descartar los pensamientos como muchos meditadores pretenden, sino apreciar que la observación de esos pensamientos, emociones y sensaciones, no precisa de un sujeto observador, que la visión de las percepciones es siempre transpersonal, aunque imaginemos, frecuentemente, que hay un yo que observa. Esa comprensión -por observación- de que el sujeto que observa es imaginado, evita estar hipnotizados y esclavizados por esa fantasía.

 

El diálogo transpersonal o de compasión verdadera:

En el diálogo transpersonal, a diferencia del diálogo interpersonal (ver artículo “El diálogo interpersonal vs. el diálogo transpersonal”), no te impongo mi visión, no asumo la tuya, no te intento convencer de tener una visión más razonable, no intento ceder un poco para que tú cedas otro poco, no intento ponerme en tus zapatos para empatizar contigo y conocerte mejor con cualquier objetivo, no trato de adaptarme a ti o ayudarte o capacitarte por lástima o por reforzar mis creencias y deberes morales adquiridos culturalmente.

No siento lástima por los demás porque son perfectos como son, al igual que yo ¿Quién soy yo para sentir lástima por nadie? El universo hace su trabajo y en este se incluye mi deseo de ayudar en una forma práctica (la solidaridad ha facilitado el surgimiento y desarrollo de la vida según nos explica muy bien la gran bióloga Lynn Margulis), pero no me obliga a sufrir por ello, que es lo que conlleva tener lástima.

Partir del monólogo transpersonal en lugar del personal permite incardinarse en un diálogo transpersonal, donde el objetivo no es reforzar mi yo sino construir algo nuevo de forma conjugada con el universo, que puede tomar forma de otra persona o de un bosque, o de un animal, etc. Es un diálogo holista y ecológico. Lo que hace el diálogo transpersonal es codescubrir entre los interlocutores una nueva visión para ambos. En este proceso ambos se sienten ayudados, tanto el que presuntamente ayuda, como el presuntamente ayudado. No tengo que dar las gracias a mi mano por darme de comer.

Lo que ocurre en el verdadero diálogo transpersonal es que la desconfianza en el pensamiento que va apareciendo y el consiguiente desvelamiento de la intuición -antes oscurecida por el pensar sobre los pensamientos que consideramos reales- deja paso al descubrimiento, la emergencia de la novedad, lo transpersonal… Esta es la visión transpersonal, si es que aceptamos, provisionalmente por razones pedagógicas, la existencia de la persona.

El diálogo transpersonal conlleva la aparición de interpretaciones y decisiones que no son ni tuyas ni mías, sino de la vida. Conlleva el descubrimiento, la novedad que se encuentra más allá de la lógica de los dialogantes. Facilita la visión de lo que aparece tras la desidentificación con los pensamientos y se presenta, por tanto, libre de ataduras rígidas al pasado o a lo que suponemos que debe ser el futuro.

Cuando se contempla desapegadamente el siguiente pensamiento que aparece, dejándolo ir como un globo que se escapa de la mano de un niño, en lugar de intentar, ansiosamente sujetarlo para enlazarlo con otro, y, al fin, poder construir un castillo de pensamientos que resulte perfecto para nuestros propósitos, quedamos, por decirlo así, descargados de esa obligación y es más fácil que emerja un flujo de pensamientos y acciones verdaderamente nuevas, con el fulgor de lo vivo y el frescor de lo cambiante.

Desde ese estado, es posible establecer relaciones personales -incluidas las de “pareja”-pero, ahora, fecundadas por la transpersonalidad. Estas relaciones no son, simplemente, relaciones más humanas, sino relaciones que hacen más evidente la unión con el universo circundante, incluyendo a los otros personajes. Estas relaciones expresan la propia vida dialogando consigo misma; siempre es así, pero ahora se hace más evidente. Podríamos llamarlas relaciones compasivas, que parten de la comprensión empática de los otros, pero, además, se dejan fluir en una relación de ayuda mutua no tan determinada por la mente sino por el instinto y la intuición.

Para esta manera de dialogar no se precisa de la acción de la voluntad personal, sino precisamente de su ausencia. O, mejor dicho, se hace precisa la consciencia de la involuntariedad personal para entregarse en los brazos de la única voluntad universal que va expresándose en las relaciones de todos sus elementos constituyentes.

Realmente la existencia, el universo, no tiene elementos constituyentes en comunicación, sino que la comunicación es la conceptualización que hacemos de ese hecho de ver el mundo como un único todo pese a su apariencia de estar constituido por elementos diferentes que tienen que comunicarse. La comunicación ya es el mundo por sí misma y la división en emisor, receptor y mensaje solo puede verse así de una manera pedagógica ¡No hay partes que se comunican, todos los presuntos elementos de la comunicación constituyen una misma cosa!

 

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