La historia de Diógenes de Sinope: el filósofo griego que vivía en la indigencia

Antes de partir a la conquista de Asia, Alejandro Magno se detuvo en Corinto y pidió conocer «al filósofo que vivía con los perros», o al menos eso cuenta una leyenda de larga tradición. El joven macedonio quedó asombrado con Diógenes de Sinope, pues no se parecía a ningún sabio que el joven macedonio, educado por Aristóteles, hubiera conocido o imaginado nunca: dormía en una tinaja y se rodeaba las veinticuatro horas del día por una jauría de perros. Alejandro entabló conversación con el entonces anciano y, horrorizado por las condiciones en las que vivía, le preguntó si podía hacer algo para mejorar su situación. «Sí, apartarte, que me estás tapando el Sol», contestó el filósofo de malas maneras al que era ya el dueño de Grecia. No en vano, según la leyenda, el macedonio no solo aceptó el desplante sin enfadarse, sino que le mostró su máxima admiración: «De no ser Alejandro, yo habría deseado ser Diógenes», declaró.

 

COMENTARIOS DESDE «SERLO QUE SOY»

Diógenes en esta historia pudo ver que un rayo de sol podía aportarle tanta vitalidad como la emoción de recibir un regalo valioso materialmente. La vida se manifiesta por todos los rincones: «airecito que entra y sale por las fosas nasales», «frescor de un chorro de agua fresca sobre la piel o la garganta», «la lengua de un gato que lame cariñosamente», etc.. Pero solemos pensar que solo merecen nuestra atención aquellas cosas que prevemos serán causantes de nuestro placer en el futuro. Por el camino, nos vamos dejando infinidad de pequeñas impresiones que pueden aportarnos bienestar en este momento o simplemente acercarnos estrechamente a la percepción de la vida, avivando así la mismísima vitalidad que nos traspasa. Esta forma de diferenciar las experiencias por su utilidad futura conlleva la incapacidad de apreciarlas tampoco en el futuro.

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