La psicología es la ciencia que trata del estudio y el análisis de la conducta y los procesos mentales de los seres humanos. Mostraremos, a continuación, que estos mismos objetivos son válidos cuando estudiamos el resto de elementos y eventos que suceden en el universo.
Los sentidos humanos captan estímulos específicos, según su propia estructura biológica, a través de las terminaciones nerviosas sensoriales de la vista, el oído, el gusto, el tacto y el olfato. Un cortísimo instante después, esa sensación se hace consciente -la identificamos y conceptualizamos- lo llamamos percepción. Incluso el tiempo psicológico sería una percepción: la conceptualización de una apreciación más básica que se origina en el cambio continuo de las otras percepciones.
Además de los cinco sentidos tradicionales, existen otros sistemas de percepción menos evidentes: barorreceptores para la presión, termorreceptores para la temperatura, nociceptores o receptores del dolor, etc.).
Pero todavía tenemos otro sentido muy especial, la mente, que sería nuestro sexto sentido (si contamos solo los cinco clásicos). Pero este sexto sentido sería muy especial, un supersentido, por decirlo así, ya que resulta ser multifuncional: 1) toma constancia de las sensaciones, olores, sonidos, etc., o sea, los interpreta, los conceptualiza, piensa; 2) integra entre sí esas sensaciones, o sea conceptualiza el conjunto de las conceptualizaciones particulares de los diversos sentidos, piensa; 3) integra las conceptualizaciones de cada sentido con los recuerdos y las expectativas, es decir, piensa; 4) “comunica” bidireccionalmente con el resto del organismo influyendo en su funcionamiento (“esta noticia me da cien patadas en el estómago”) y viceversa, recibiendo su influencia (“me desespera este dolor continuo en la cabeza”), es decir, psicosomatiza, evidenciando la unión cuerpo-mente ; 5) toma constancia de sus propios pensamientos y emociones, es decir, toma constancia de todas las anteriores conceptualizaciones y, con ellas, o bien elabora, piensa, cadenas de pensamientos, o, simplemente, los observa.
Cuando, la atención está ocupada en un contenido concreto, a ese proceso, que hemos llamado percepción, podríamos precisarlo más mediante el término de percepción mental o, simplemente, pensamiento. Ahora podemos darnos cuenta de que también los pensamientos son un tipo particular y muy sofisticado de percepción, constituyen una percepción de percepciones.
De este modo, las distintas personas, partiendo de distintos órganos perceptivos y de distintas elaboraciones mentales, aprecia, construye su propio mundo, incluidos el tiempo y el espacio; en realidad, es solo su “manera particular de ver el mundo”.
Muchos estímulos neurológicos, así como muchos pensamientos y sentimientos quedarán poco o nada concienciados, pasando a formar parte de lo que llamamos el inconsciente. Este inconsciente se hace cargo de la mayor parte de las “entradas sensoriales” de la persona para no sobrecargar su sistema perceptivo nada más que con aquellas más importantes para la conservación de la vida.
En resumen, la mente recibe una influencia-estímulo de algo “interno” o “externo”, y reacciona transformándolo en otra cosa. Como el campo donde se percibe lo interno y lo externo es el mismo –el campo de la percepción mental-, esa división deja de tener sentido, porque las percepciones mentales tienen toda la misma cualidad, todas comparten la misma esencia aunque tengan distinta forma, todas son percepciones mentales y están hechas del mismo material que los sueños. Lo único que varía es la clasificación mental en “fuera” y “dentro” del cuerpo, clasificación que es necesaria para defender la vida del cuerpo pero que no constituye una diferencia radical a la hora de discriminar quién es el sujeto pensante (“¿quién soy yo?” suele ser la pregunta metafísica por excelencia), cuyo objeto incluye al cuerpo, pero también a todo lo que rodea a este.
Mirado desde la mente, todo el universo comparte la misma cualidad mental. Y no es que el mundo no esté constituido por formas o estructuras diferentes, sino que, visto a través de la mente, el mundo es todo percepción. Y aunque “distintas” mentes puedan apreciar formas distintas, lo que todas hacen es lo mismo, simplemente percibir. De ahí que a veces, se diga que hay una sola mente universal, aunque, en realidad, podría ser más apropiado decir que existe un único y común proceso mental que consiste en percibir. De este modo, la cualidad esencial de la vida humana es la percepción. Porque percibimos sabemos que estamos vivos. Y cualquier otra entidad capaz de percibir tiene vida.
También el resto del organismo humano puede captar “elementos-informaciones” circundantes sin participación directa de la mente. Por ejemplo, la presión parcial del oxígeno y del dióxido de carbono en sangre detectadas por los quimiorreceptores y la subsiguiente regulación de la respiración en consecuencia con esos niveles. También los tejidos del cuerpo pueden reaccionar con deshidratación si hay poca ingesta de agua, o la arritmia cardiaca si hay un exceso de potasio circulante en sangre. Y, aunque lo llamamos sensación inconsciente, podríamos llamarlo, hipotéticamente, percepción no mental. Todo esto se relaciona con la llamada homeostasis, que consiste en el conjunto de fenómenos de autorregulación, conducentes al mantenimiento de una relativa constancia en la composición y las propiedades del medio interno de un organismo. Pero, igualmente, y también hipotéticamente, podríamos llamar homeostasis mental al flujo de procesos que ocurren en base a las interacciones de los pensamientos y las emociones entre sí y con otros sistemas del organismo humano.
Por otro lado, estos mecanismos perceptivos también ocurren en los animales no humanos. Ejemplos: la electropercepción que es la capacidad de detectar campos eléctricos que muchos peces tienen; la magnetorrecepción: que es la capacidad de detectar campos magnéticos como hacen las palomas mensajeras, algunas tortugas e insectos como las abejas; la ecolocalización que es la capacidad de orientarse y desplazarse emitiendo sonidos, recibiendo e interpretando el eco recibido como hacen los murciélagos y algunos cetáceos.
Esta presunta diferenciación conceptual entre sensación y percepción podría derivarse, entonces, de la necesidad humana de destacar cualitativamente el cerebro-mente de una manera específica con respecto al resto del organismo y al resto de los organismos, como si quisiéramos dejar claro nuestro predominio entre las criaturas existentes, evidenciando así una visión ecológica restringidamente antropocéntrico. De modo que se hace patente el predominio, en nuestra sociedad, de la división dual de la vida que fomentó Descartes en “res cogitans” (mente) y “res extensa” (materia). Pese a esta división, y aunque nadie ha podido todavía explicar cómo se comunican e interaccionan estos dos elementos -mente y materia-, se acepta, al menos, la existencia de la llamada interacción psicosomática, como hemos visto antes. Una alternativa sería considerar injustificada esta división, denominando, más apropiadamente, a este proceso como integración psicosomática, lo cual implica, no ya la relación entre dos elementos diferentes, que sería el caso de la interacción, sino la doble función de un mismo y único elemento. Si nos apartamos de esta visión dual, no habría motivo para establecer esta barrera aparentemente infranqueable entre sensación y percepción y podríamos hipotetizar el uso del término de sensopercepción cuando se aplique específicamente a los que llamamos “animales” y de manera más inespecífica interacción sensible para conceptualizar ese fenómeno común de captación de estímulos y respuesta a esos estímulos por parte de todos los elementos del universo incluyendo el hombre, las plantas y los minerales. Estos elementos habrían sido artificialmente separados según sus diversas funciones sin tener en cuenta que su esencia es común (“Polvo de estrellas”, y, por ende, Esencia universal, o Consciencia, o Dios, o como lo queramos llamar).
Visto de este modo, no toda la “percepción” sería humana, también los átomos “perciben-detectan” los electrones de los átomos circundantes e interactúan entre ellos accionando y reaccionando en consecuencia. Y también, las abejas “perciben” que algo las empuja a alimentar a la reina para que esta pueda seguir poniendo huevos y asegurar así la sobrevivencia del panal, y por tanto de la vida. También los granitos de arena “perciben-interactúan” con el viento que los lleva desde el desierto hasta miles de kilómetros por encima del gran océano. Toda la existencia se encuentra en continua interacción y movimiento, de percepción de estímulos y respuesta consecuente, aunque a esta percepción, cuando ocurre en los seres humanos y en los animales superiores, solemos llamarla atención consciente. Sin embargo, nadie se atreve a demarcar el límite donde la vida posee capacidad de atención y donde no: ¿Tienen conciencia las lagartijas? ¿Y los microbios? ¿Tienen conciencia las plantas? ¿Tienen los seres humanos una atención voluntaria?, ¿Más voluntaria que los animales? Todos estos dilemas desaparecen si dejamos de protagonizar la capacidad de interactuar y si dejamos de considerar la consciencia de ser conscientes que ocurre en el ser humano como cualitativamente distinta y diferenciada de la consciencia que se evidencia como cambio e interacción en el “resto” de la existencia universal. El universo que condiciona nuestras interacciones es el mismo que el universo que condiciona al resto de animales y a las plantas y minerales.
Todo lo anterior representa un continuo cuantitativo o formal, pero no un salto cualitativo del proceso de interacción entre los distintos elementos del universo. Lo que define “la vida”, “la naturaleza”, “la existencia”, desde esta propuesta, sería, pues, un reconocimiento y reacción a los estímulos entre todos los diversos elementos existentes. Cuando cesase totalmente la interacción, ocurriría la muerte térmica del universo por máxima entropía. Todos los sistemas o conjuntos de elementos solo existen en interrelación, ya que los sistemas presuntamente cerrados donde sus elementos internos conectan entre sí, pero no con los de los otros conjuntos de elementos o sistemas son un puro concepto pedagógico, pero no se dan en la realidad. La energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma, no hay nada que sea independiente del resto de los elementos, aunque parezcan estar alejados, todo es energía circulante. De ahí que no lo desde la perspectiva de la percepción consciente, sino también desde la interacción “física” del cuerpo humano con su entorno, no es apropiado considerarlo un sistema independiente, sino, simplemente, una forma diferente.
A veces, la atención mental, parece estar principalmente depositada en el propio proceso atencional, lo llamamos meditación o consciencia de la propia experiencia. Cuando no se deja ver por una mente concreta, lo llamamos, éxtasis, sueño profundo, muerte….
SI la atención o percepción de un estímulo no se centra en el propio proceso de atención, como puede perfectamente ocurrir en muchas ocasiones, lo denominamos, inapropiadamente según este modelo, inconsciencia, a secas, sin matizar que es una inconsciencia de ser conscientes. Lo que nos lleva al error de reclamar la consciencia como algo puramente humano y, a lo máximo de animales superiores. Asimilamos ser conscientes a darnos cuenta de que somos conscientes, pero, como hemos visto, nadie ha podido encontrar en qué punto del desarrollo filogenético aparece ese salto presuntamente cualitativo que convierte en objeto de la consciencia a la propia consciencia, ni tampoco por qué ser conscientes de la conciencia implica una diferencia cualitativa de la consciencia a secas: ¡ambas son consciencia!
En determinada expresión de la consciencia, la atención, parece centrarse “exclusivamente” en torno a la historia de un cuerpo humano determinado, a ese fenómeno lo llamamos persona, pero, la atención, se pose donde se pose, siempre lo hace condicionada por todas las interacciones entre todos los elementos de la existencia manifestada en el espacio y el tiempo, lo llamamos universo. Así pues, cada punto del espacio y cada segundo del tiempo, contienen en sí mismos, de forma holográfica, todo el conjunto material y toda la historia del universo. Por eso, en esencia, todos los espacios y todos los tiempos son iguales. Y, por tanto, todos los conjuntos de puntos, los llamamos formas, y todos los conjuntos de tiempo, lo llamamos historia, son iguales, están entretejidos con la misma sustancia (las infinitas interacciones de todos los “elementos” del universo y en todos sus “momentos”), aunque nos empeñemos en establecer diferencias esenciales y jerarquías entre ellos, cuando la única diferencia es la forma que toman esas interacciones.
Así, siempre, tanto si estas interacciones ocurren en una llamada “persona” como en cualquier otra forma que tome el universo, podríamos llamarlo, con mayor precisión, como vimos, percepción no mental, pero también, percepción impersonal, porque acabamos de ver que la persona solo sería una forma particular de orientarse la consciencia en torno a la historia de un cuerpo determinado, y que sus interacciones, lejos de ser voluntarias, se ven sometidas al mismo condicionamiento complejo que todo el resto de los elementos del universo.
Toda la complejidad universal está incluida tanto en una simple mota de polvo como en el más sabio de los seres humanos. La diferencia estriba en la función, lo llamamos comportamiento, pero no en la esencia, a la que, algunos llaman, inapropiadamente también (por lo antropocéntrico), alma. Al proceso de veneración por la asombrosa equiparación entre todos los elementos del universo podríamos llamarlo panteísmo, pero también ciencia.
Podemos verificar su realidad, no solo con la ciencia, sino, con la simple auto indagación, que, recordemos, también hemos llamado meditación, dado que al observar los objetos que van apareciendo en la consciencia, de forma relajada y sin interponer el pensamiento “yo”, podemos, “ver directamente”, su involuntario flujo, similar al caer errático de las hojas del bosque en otoño. Cualquiera, sin ser un gran sabio, puede experimentar esto si no interfiere en el experimento, por eso, también podríamos denominar a este proceso como filosofía empírica o contemplación de la propia experiencia, que, cuando se ejecuta con tranquilidad y sin autoengaño, sin imaginar un observador personalizado detrás de las percepciones, ya no parece tan propia. Constituyendo, más bien, una simple experiencia impersonal.
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